Menos lobos, Caperucita

Todos conocemos el famoso cuento de Caperucita Roja, una niña que va por el bosque cantando con una caperuza roja hecha por su adorable abuelita.

Caperucita desobedeció a su madre y habló con extraños, lo que, más tarde,  le trajo problemas a ella y a su abuelita que fueron devoradas por el lobo y más tarde rescatadas por el cazador (o esa es la versión que yo me sé). Al cazador podemos obviarlo en esta historia, pues solo se limita a rescatar a Caperucita y a su abuelita una y otra vez al final del relato.

Pues bien, Caperucita se ha cansado ya de tanto cuento, de que la historia se repita una y otra vez a pesar de haber intentado cambiar la versión varias veces y quedar en paz con el lobo. 
La primera vez, cuando aún no sabía quién era, confió en él y no terminó muy bien el asunto, pero pensando que no podía haber nadie incapaz de ser la mejor versión de sí mismo, quiso darle otro voto de confianza que, obviamente, no sirvió para nada.

Caperucita era una niña muy lista, según me han contado, y pensó “podría ser que el lobo fuera malo por la vida que ha vivido” así que, llena de compresión, fuerza y coraje, se dispuso a hablar con el lobo sin prejuicios y sentados en el bosque compartieron todo tipo de secretos y confesiones. Esto hizo que Caperucita le abriera su corazón, pusiese toda su fe y energía en hacer de ese animal un ser mejor,  bajara la guardia e intentase, con todas sus fuerzas, ayudar a ese pobre lobo. Pero no os sorprenderéis si os digo que la historia acabó igual. El lobo se seguía comiendo a Caperucita.

La niña empezaba a no entender qué estaba haciendo mal, buscó todas las formas humanas posibles de cambiar la situación, de ayudar tanto al animal como a sí misma. Fue paciente, vivió situaciones de rabia, frustración, dolor, miedo, angustia, desamparo y soledad. Caía y se volvía a levantar, pero nada era suficiente, el lobo, al final de cada comienzo de la historia, se comía a Caperucita, así que decidió obedecer por una vez a su madre. No hablaría con ese desconocido al que ya conocía muy bien.

A la vigésima vez que reinició la historia, Caperucita, cuando vio acercarse al lobo, lo ignoró completamente, pero ella no sabía que el lobo ya la conocía demasiado bien, tan bien como ella a él. Este sabía cómo captar su atención y Caperucita, con su blando corazón decidió darle una nueva oportunidad, pero una vez más la decepción no tardó en llegar.
Cansada de caer y caer una y otra vez en la misma situación, decidió hacer algo que quizás le costaría mucho mas trabajo, pero al final, probablemente, lo agradecería: Dejar de ser la pequeña Caperucita, crecer y cerrar el libro.



Como todos los cuentos, este también tiene su moraleja: Todas las historias tienen dos versiones, y siempre debemos escuchar a todos, pero por mucho que escuchéis la versión del lobo, éste va a seguir siendo un lobo y Caperucita va a seguir siendo una niña, por lo tanto es mejor no perder el tiempo en esperar que los demás cambien, porque cada uno, aunque aprenda cosas nuevas, seguirá conservando su esencia. La gente no cambia.

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